sábado, 9 de mayo de 2009

modestos aprendizajes

He aprendido que se puede llegar a Tombuctú y volver en transporte público. He aprendido que la cosa lleva tiempo. He aprendido que el número de plazas de un taxi es una cuestión subjetiva. Pero también he aprendido que éste suele ser proporcional a la dimensión de los traseros de las habitantes femeninas del país: a culos más grandes, más pasajeros. Y he aprendido que el número máximo de asientos en el autobús es casi igual a infinito. He aprendido que se puede circular sin frenos, sin lunas, sin retrovisores, sin alguna puerta, sin carretera, casi sin gasolina, y en fin sin casi nada (pero con buena disposición de espíritu). He aprendido que en el Sahara Occidental hay colonias de franceses en autocaravanas que ven la televisión de su país con sus parabólicas y hacen kite surf en la laguna de Dakhla. He aprendido que los jóvenes mauritanos no emigran porque son los más aferrados a su - árida - tierra y a sus tradiciones. Igual que se aferran a vestir esas túnicas azules tan elegantes e incómodas: pues he aprendido que es imposible ver a un hombre mauritano que no avance recogiéndose su extremamente larga chilaba por algún lado. He aprendido que los taxistas y autobusistas mauritanos paran las veces que haga falta pare rezar mientras que los senegaleses, los malienses y los marroquíes no, a pesar de que todos sean musulmanes. Y he intuido una misteriosa relación entre el hecho de vivir en el desierto y cumplir los horarios de rezo. He aprendido que el primer té es amargo como la muerte, el segundo es suave como la vida, y el tercero es dulce como el amor. Aunque si les preguntáis a mis compañeros de viaje os dirán otra cosa. He aprendido que el Sahara Occidental es muy largo, que Mauritania está muy vacía, que Senegal está más bien lleno, y que en Mali hace mucho calor. Y también que Abril y Mayo son los peores meses para visitar estos dos últimos países. Pero que no hay mosquitos. Aunque sí cincuenta grados a la sombra. Y hay muchos menos turistas. Pero también más guías ociosos que se ponen muy pesados.

He aprendido que de Mauritania para abajo (no sé hasta cuánto de abajo) hay unas vacas chepudas con los cuernos retorcidos que parecen llamarse Cebús. Que nos obstinamos en llamar camellos a los dromedarios (y lo que había en Tombuctú no eran camellos, pero no seré yo quien los llame dromedarios). Que hay cerdos de pelaje negro que vagan por las orillas del río casamance. Y cabras por todas partes, en las ciudades y los pueblos, comiendo la basura en playas y arrabales y los tristes matojos que crecen a duras penas entre las dunas. He aprendido que a los pollos de Mali les dicen "atléticos" porque casi no tienen chicha, los pobres: pura fibra. He aprendido que no quedan casi animales salvajes en Senegal y Mali salvo en las reservas. Aunque pasamos una noche discutiendo con un león maliense en el bar bristrot bafing en Bamako, y él aseguraba necesitar casarse con 21 mujeres para poder satisfacer sus apetitos (y superar a su abuelo que había desposado a 19 mozas) . Entre Castel Beer y Castel Beer rugía, y la verdad, rugir rugía bien. Y he aprendido que los musulmanes malienses y senegaleses, lo de no beber alcohol no lo llevan muy bien, pero lo compensan ampliamente ejerciendo la poligamia. Y me han señalado teorías justificatorias variopintas, desde la que apunta a una alarmante natalidad femenina (muy superior a la natalidad masculina) hasta la que simple y sencillamente achaca a un mayor potencial sexual de los africanos su necesidad de tener varias esposas. Y me han preguntado, navegando por el Níger, porqué con tanto rollo que nos traemos en Europa sobre el amor verdadero y otros mitos de Hollywod, nos pasamos el día separándonos. Y no he sabido contestar. También me han preguntado cómo era que nosotros pudiésemos darnos semejante garbeo por África Occidental, y ellos tuviesen cerradas las puertas. Y no hay respuesta humana para eso. Y nos lo preguntaban personas que querían irse y no podían, personas que no querían irse, pero querían poder. Personas que quisieron y fueron. Y luego un avión les devolvió. Personas que lloraban a aquellos que quisieron y el mar pudo con ellos. Y he aprendido que las casas más bonitas, más nuevas y más equipadas de tantos pueblos de Senegal o de Marruecos son aquellas de las que cogieron una patera o un cayuco. Así que vete tú a decirles que la emigración ilegal es mala, y peligrosa, e inapropiada...

He aprendido que si uno no tiene nada, la actividad económica más accesible es la del comercio: y que medio Dakar se gana la vida vendiendo recargas de Orange por la calle. Las mujeres venden galletas. O tienen puestos donde preparan maffe a 400 CFAS o café tuba a 50, buñuelos a 25. O venden bebidas o agua en pequeñas bolsas de plástico en Malí. Muerdes un extremo y succionas el líquido. En las calles de Dakar un pasillo de vendedores rodea a los coches y los transeúnten. Dramática sobreoferta. Sin embargo nadie parece excesivamente infeliz. Igual sí que lo son y nosotros simplemente no queremos verlo. En las carreteras de Mali cuando para el autobús una nube de niños y mujeres corren y lo toman. Suben y bajan en marcha, meten sus brazos por las ventanillas. Comida y bebida para los extenuados viajeros: las rutas por este país son siempre 15 horas más largas de lo inicialmente planeado, independientemente de la distancia recorrida. En el mercado semanal de Djené, los puestos de venta no dejan sitio para la circulación. Los mismo pasa en Mopti donde montañas de pescado seco hacen casi intransitable el camino. Y ese pescado viene del río Níger dónde pasan tantas cosas. En el Níger se lava uno el cuerpo, y lava la ropa y los cacharros, y a las cabras y los caballos. Del fondo del Níger se saca el barro para hacer adobe, y sobre el Níger pasan las embarcaciones por las que uno recorre Mali tras las lluvias, y a las orillas del Níger se cultiva. Y el Níger lo cruzan a nado rebaños de cebúes escoltados por sus pastores, y al trote caballos que tiran carros llenos de leña, y cayucos donde los malienses llevan sus motos. Y transbordadores que pasan a los autobuses, las camionetas y los coches. Y estos transbordadores no funcionan de noche, que es cuando se obstinan en llegar los autobuses, las camionetas y los coches. Así que a orillas del Níger también es donde duermen sobre el suelo los viajeros esperando poder cruzar. Y también a las orillas es donde se acumula la basura: bolsas de plástico negras, manchas inorgánicas que ensucian toda África.

He aprendido que en Tombuctú hay cobertura de móvil hasta para cuatro días de camello, la antena de Orange instalada entre las dunas, y que es Orange quien patrocina la lucha senegalesa, que es el deporte nacional de... Senegal. Y que consiste en que dos hombres gordos, tras ser objeto de incomprensibles y largo ritos mágicos se pelean como gatos durante un minuto y medio. Y luego lo comentan. El país entero se paraliza frente a la televisión, los carteles naranjas de Orange de fondo, y he aprendido que es en parte por ello que cerraron las salas de cine. He aprendido también que los platos típicos de Senegal y Mali tienen como ingrediente X miles de cubitos de Maggi, y que los mejores zumos los importan de costa de marfil.

He aprendido que Nuakchott es un coñazo de ciudad, qué en Dakar, en el barrio Universidad hay unos cuantos garitos donde cada noche hay música. Y que es absurdo describir uno de estos conciertos. Tenéis que ir allí. He aprendido que Bamako es mucho más tranquilo que Dakar. Y que la mayoría de sus calles son comerciales. Y las furgonetas públicas llevan una foto del che. Y que todos los viernes toca Toumani Diabaté y los sábados toca Salif Keita. Y he aprendido que esto último es mentira. Y he aprendido que las fotos del Che del transporte público de Bamako son en parte culpa de los médicos y entrenadores que envía Cuba por esa zona. Así proliferan los grupos de salsa, los malienses que hablan castellano con acento cubano y los garitos donde ponen insistentemente "Aprendimos a quererte... comandante Che Guevara". También vimos que toda la cooperación española aterrizó en Casamance. Y la aeci tiene unos carteles muy monos que dicen: "quiero ir a la escuela y aprobar" y la usaid tiene unos carteles parecidos que dicen "quiero ir a la escuela y aprender" o algo así. En todo caso la AECID y la USAID , dicen cosas parecidas en el mismo sitio.

He aprendido que en Dakar todos los individuos un poco claros: europeos, estadounidenses, asiáticos, tienen una extraña tendencia a circular en moto por la ciudad, mientras que en Bamako los mismos Bamakienses circulan en moto, pero lo hacen todos en el mismo modelo: una marca coreana con una infinita gama de colores. He aprendido que por las carreteras de Mali transitan autobuses escolares catalanes, autocares donde se lee transportes manolita y paco, S.L, el bus de algún equipo de polo siciliano, y todo tipo de vehículos reciclados. Y he aprendido que si cerca de tí se sienta una madre con un niño, lo más probable es que acabes llevando al niño encima parte del viaje. Y que los niños no necesitan carritos, ni tropecientos juguetes, ni pañales anatómicos ni chupetes ergonómicos, ni mullidas cunas. Pero que todo el mundo parece necesitar conversar, reírse, conocer gente nueva, bailar de vez en cuando, querer a alguien, insultar a los políticos, oír música, entretenerse, acudir a fiestas, ponerse guapo, lavarse los dientes (ya sea con un cepillo o con un palo de madera). Y parece que a todos nos gusta los atardeceres sobre el Níger, o sobre el atlántico, el baile quieto de los Baobas, los ojos grandes de los niños, el pescado fresco, beber cosas frías cuando hace cincuenta grados, que nos sonrían. Y que a nadie le hace mucha gracia la policía (salvo tal vez a los mismos policías).

Y he aprendido que es posible (aunque no sé si muy ético) vivir de vender coches europeos en África. O publicando tus experiencias en un semanario portugués. Es posible vivir del campo y juntar seis meses todos los años para viajar en una furgoneta. O cuatro meses en Alemania y el resto haciendo títeres en distintos rincones del mundo. O llevarte a tu hija de dos meses en una autocaravana y hacer clown y talleres en pueblitos. Y hay familias que viven con cien euros al mes. Y viajeros que viven con doscientos euros al mes. Y gente que recorre países y países en auto-stop. Y que todo lo que necesitas puede caber en una mochila de 60 litros (hubiese preferido una de 40). Y en fin he aprendido que también es posible dejar la casa y el trabajo y coger el primer autobús hacia el Sur. Y que la incertidumbre no es mala gasolina. Y que la improvisación no es un mal género. Y que cualquiera en cualquier momento puede hacerlo (si tiene el pasaporte adecuado)..

sábado, 28 de marzo de 2009

Kali-Kombolé










































































































Impresiones del país Dogón VII

Subiendo a Bengemato
Remontamos desde los pies de la falla hacia la meseta, entre imponentes rocas. Sin darnos cuenta nos internamos en un desfiladero. Hay árboles enormes y diversos que se ganan largas miradas de admiración. Bajo sus ramas la tierra está arada en rectángulos. Cultivan tabaco, lechuga y sobretodo cebolla. El olor de la cebolla domina el valle. La gente trabaja en los campos con calma. Atravesamos su jornada hacia unas grandes piedras en imposible equilibrio.
Ahí está el pueblo: casitas de adobe o piedra acopladas sin conflicto sobre las rocas. Tienen techos que son como grandes sombreros de paja. Y atesoran la vista sobre el valle, sobre la piel de piedra de la falla, sobre la planicie arenosa que se pliega en una gran duna, a lo lejos.
Hay grupos de personas que se sientan juntas, pasan plácidamente la mañana. Bajo una roca, a la sombra. Viendo el tiempo pasar, charlando con los vecinos, pensando en sus cosas. Lo mismo que hace toda la gente en todas partes.

Impresiones del país Dogón VI

Yabatalou antes del amanecer

Queda un buen rato para que salga el sol pero los animales llevan ya al menos dos horas montándola. Burros que lanzan rebuznos desgarradores. Gallos que se exaltan antes de tiempo. Vacas y ovejas que se transmiten su inquietud de un lado al otro del pueblo. Se oyen golpes humanos: trabajos que comienzan. ¿ Una mujer moliendo mijo?. ¿Un hombre con un gran martillo?
En la mezquita el imam juzga que ya es una buena hora para interpelar a los creyentes (y desvelar a los que no lo son).
Las estrellas se han ido retirando discretamente del cielo. La falla va recuperando sus relieves bajo esta luz llena de ruido. En torno a la azotea donde dormimos grandes árboles empiezan a emerger ilesos de la noche en retirada.

Impresiones del país Dogón V

Bakourou

Hay un hombre tallando apacible la madera. Muchos niños y jóvenes alrededor. A este pueblo, a este hombre que talla, vienen los comerciantes a abastecerse de artesanía que vender. Los niños nos miran a nosotros. Nosotros miramos a los niños. Las máscaras y figuras de madera miran al cielo.

Impresiones del país Dogón IV

Ende

Se venden las telas teñidas con Índigo y Bogolá. Están expuestas en todas las paredes. Somos los únicos tubabs que se aventuran aquí, con la calor que hace. Demasiada oferta para tan poca demanda. Esquivamos vendedores sumidos en el tedio de la temporada baja.
Unas niñas vienen bailando por el camino de tierra, riman ritmos con sus silbatos de plástico. Una calabaza ornamentada con hilo de piel y piedras cubre la percusión. Al cruzarnos bailamos un rato juntos. Luego ellas y nosotros seguimos caminos opuestos por el sendero de tierra, riéndonos de esta breve y extraña intersección. A lo lejos la falla toma formas caprichosas: enormes pedazos de roca que amenazan con caer y hacer temblar el pueblo, los baobabs, las paredes con los tejidos que cuelgan, las casas de adobe, y hasta a las niñas que van bailando en su camino sobre la arena.

Impresiones del país Dogón III

En la falla

Las mujeres allá abajo muelen mijo: enormes palos, enormes morteros. Los golpes contra la madera hacen eco en la falla, le dan un ritmo musical a la mañana. Cabras, vacas y burros hacen los coros desde todas las esquinas del pueblo. Sobre nosotros casitas de pigmeos. Una panorámica de Tierra Media. Cornail nos cuenta que las casas grandes que cuelgan sobre las rocas, montándose sobre la falla, las construyeron los dogones cuando los pular llegaron a caballo a hacerles la guerra. Los caballos no podían trepar las rocas. Los dogones estaban a salvo. El guía podría contarnos cualquier historia. Un cuento de orcos elfos y elefantes. En este paisaje insólito cualquier leyenda parece posible. Como aquella que asegura que los pigmeos se valían de su magia para llegar a sus casas tan arriba, esculpidas en la pared de piedra. Hasta que llegaron los dogones. Más fuertes, agricultores sedientos de tierra. Y allí la magia no les bastó a los pigmeos. Las casitas perdieron a sus moradores.