sábado, 28 de marzo de 2009

Kali-Kombolé










































































































Impresiones del país Dogón VII

Subiendo a Bengemato
Remontamos desde los pies de la falla hacia la meseta, entre imponentes rocas. Sin darnos cuenta nos internamos en un desfiladero. Hay árboles enormes y diversos que se ganan largas miradas de admiración. Bajo sus ramas la tierra está arada en rectángulos. Cultivan tabaco, lechuga y sobretodo cebolla. El olor de la cebolla domina el valle. La gente trabaja en los campos con calma. Atravesamos su jornada hacia unas grandes piedras en imposible equilibrio.
Ahí está el pueblo: casitas de adobe o piedra acopladas sin conflicto sobre las rocas. Tienen techos que son como grandes sombreros de paja. Y atesoran la vista sobre el valle, sobre la piel de piedra de la falla, sobre la planicie arenosa que se pliega en una gran duna, a lo lejos.
Hay grupos de personas que se sientan juntas, pasan plácidamente la mañana. Bajo una roca, a la sombra. Viendo el tiempo pasar, charlando con los vecinos, pensando en sus cosas. Lo mismo que hace toda la gente en todas partes.

Impresiones del país Dogón VI

Yabatalou antes del amanecer

Queda un buen rato para que salga el sol pero los animales llevan ya al menos dos horas montándola. Burros que lanzan rebuznos desgarradores. Gallos que se exaltan antes de tiempo. Vacas y ovejas que se transmiten su inquietud de un lado al otro del pueblo. Se oyen golpes humanos: trabajos que comienzan. ¿ Una mujer moliendo mijo?. ¿Un hombre con un gran martillo?
En la mezquita el imam juzga que ya es una buena hora para interpelar a los creyentes (y desvelar a los que no lo son).
Las estrellas se han ido retirando discretamente del cielo. La falla va recuperando sus relieves bajo esta luz llena de ruido. En torno a la azotea donde dormimos grandes árboles empiezan a emerger ilesos de la noche en retirada.

Impresiones del país Dogón V

Bakourou

Hay un hombre tallando apacible la madera. Muchos niños y jóvenes alrededor. A este pueblo, a este hombre que talla, vienen los comerciantes a abastecerse de artesanía que vender. Los niños nos miran a nosotros. Nosotros miramos a los niños. Las máscaras y figuras de madera miran al cielo.

Impresiones del país Dogón IV

Ende

Se venden las telas teñidas con Índigo y Bogolá. Están expuestas en todas las paredes. Somos los únicos tubabs que se aventuran aquí, con la calor que hace. Demasiada oferta para tan poca demanda. Esquivamos vendedores sumidos en el tedio de la temporada baja.
Unas niñas vienen bailando por el camino de tierra, riman ritmos con sus silbatos de plástico. Una calabaza ornamentada con hilo de piel y piedras cubre la percusión. Al cruzarnos bailamos un rato juntos. Luego ellas y nosotros seguimos caminos opuestos por el sendero de tierra, riéndonos de esta breve y extraña intersección. A lo lejos la falla toma formas caprichosas: enormes pedazos de roca que amenazan con caer y hacer temblar el pueblo, los baobabs, las paredes con los tejidos que cuelgan, las casas de adobe, y hasta a las niñas que van bailando en su camino sobre la arena.

Impresiones del país Dogón III

En la falla

Las mujeres allá abajo muelen mijo: enormes palos, enormes morteros. Los golpes contra la madera hacen eco en la falla, le dan un ritmo musical a la mañana. Cabras, vacas y burros hacen los coros desde todas las esquinas del pueblo. Sobre nosotros casitas de pigmeos. Una panorámica de Tierra Media. Cornail nos cuenta que las casas grandes que cuelgan sobre las rocas, montándose sobre la falla, las construyeron los dogones cuando los pular llegaron a caballo a hacerles la guerra. Los caballos no podían trepar las rocas. Los dogones estaban a salvo. El guía podría contarnos cualquier historia. Un cuento de orcos elfos y elefantes. En este paisaje insólito cualquier leyenda parece posible. Como aquella que asegura que los pigmeos se valían de su magia para llegar a sus casas tan arriba, esculpidas en la pared de piedra. Hasta que llegaron los dogones. Más fuertes, agricultores sedientos de tierra. Y allí la magia no les bastó a los pigmeos. Las casitas perdieron a sus moradores.

Impresiones del país Dogón II

La tarde en Telly
Hay tres partidos de fútbol entre los baobabs. Adolescentes, pre-adolescentes y críos. Los adolescentes juegan veloces, una vaca enorme les hace de defensa. Por el pueblo transitan carros tirados por vacas o burros, llevan niños pequeños de cuatro en cuatro. Las mujeres hilan el algodón en la calle, sentadas en esterillas, los hombres harán con el hilo tejidos y los teñirán de colores. Los viejetes piden noix de colla y te sonríen con pocos dientes, recordándote a los niños que tras decir bonjour te exigen un cadeau. Me da rabia identificar a los respetables ancianos con los críos.
En el campamento una guitarra y una calabaza convocan a un grupo de chavalines a bailar la danza dogón. Se organizan en línea disciplinadamente. Te dan clases de rítmica. Sin mucho éxito intentan enseñarnos un par de pasos. El pueblo se va acostando bajo la sombra vigilante de la falla.

Impresiones del país Dogón I

El mercado en Kali-Kombolé

La plaza tiene como una docena de baobabs pelados y un gran fromagere. En medio un solo árbol frondoso que no identifico. Su generosa sombra protege a muchas de las comerciantes del sol.
Otras se sientan bajo techados hechos con ramas. Vienen de todos los pueblos del país Dogón calzadas con sus sandalias por caminos abruptos. Y llevan enormes cestos en la cabeza llenos de cebollas, mijo o tomates. Son niñas y mujeres de todas las edades.
Es difícil distinguir a las vendedoras de las compradoras. Se diría que todas hacen ambas cosas. La tierra es marrón y verde, un tono pardo y seco, castigado por el Sol. Es la gente la que aporta los colores, con sus vestidos y sus barreños. Hay niños aquí y allá sentados en troncos y en las raíces de los árboles. Y un movimiento continuo de personas, sin grandes objetivos. Las niñas llevan atados a la espalda a sus hermanos pequeños. Sobre el bullicio la falla (un gran corte en la tierra) nos separa del mundo. El mercado es semanal, cada cinco días, que son los días que duran las semanas en el país Dogón.

sábado, 21 de marzo de 2009

Bailando Salsa en Louga

Al día siguiente queremos cambiar de hotel. Vimos un cartel que ponía hotel. Dedujimos que allí habría un hotel. Deducción equivocada. Lo que si que hay es una amable señora que nos dice que en un momento dado nos puede encontrar una habitación. Pero hay que esperar. Nueva vuelta por Louga. Entramos al Centro cultural regional donde se celebrará la soirée musicale por la que hemos decidido quedarnos. El gerente nos acoge, el centro tiene una pequeña biblioteca, una sala para fiestas, otra para proyecciones, internet. Echan pelis cada semana. El cine Rex (el único que había en Louga) lleva años sin funcionar. El gerente acusa a la televisión de que ya casi no queden salas de cine en todo Senegal. No es el único delito de la televisión, según el gerente: vemos con él una exposición de artistas locales que tienen en el centro. Señala un cuadro donde un griot, rodeado de niños, gesticula, cuenta la historia. Pero llegó la televisión y se acabaron los griots, insiste el gerente.

Otro cuadro, impresionante, muestra figuras desesperadas dentro y fuera de un barco, las unas alargan las manos hacia las otras, pero no se alcanzan. Te hace pensar una vez más en los cayucos. Y sin embargo no, el gerente nos cuenta que el cuadro reproduce el naufragio del Ferry que va entre Dakar en Zinguichor (en Casmance). Ocurrió hace pocos agnos, murieron 2000 personas. Senegal tiene bastantes cosas que reprocharle al mar.
Casi toda la ciudad es comercial, casi todas las calles tienen puestos y puestos, el calor impide una enorme actividad. La gente se sienta frente a sus negocios y charla. Hacemos lo mismo. En un garaje tomamos nuestra primera clase de wolof con unos mecánicos encantadores. Les desconcertaba la idea de vernos sentados una hora en el polvo. Nos invitan a comer thiebuyen entre neumáticos y piezas de recambio.
La Soirée Musicale empieza muy tarde. Cae la noche y vuelve el desfile de linternas, el ruido de las televisiones toma las calles, resplandores que salen de las tiendas. Ni siquiera el restaurante donde cenamos está iluminado, solo está la luz que proyecta el televisor. Alguna gente entra, pero no cenan, miran la televisión junto a los otros. Lucha senegalesa. Toda la ciudad pendiente de hombres enormes adornados con cri-cri (amuletos) que se pasan una hora y media sometiéndose a ritos mágicos y danzas, un minuto y medio combatiendo y otra hora comentando frente a los micrófonos el breve combate. Orange patrocina. Nos acordamos del gerente del centro cultural y su rencor hacia la caja tonta.
Y cuando vamos al centro cultural no hay nadie. Hacemos tiempo hasta la velada musical. Y cuando se supone que empieza la velada musical, aparecen seis enfermeras francesas en sus cincuenta. Y nosotros. Y un grupo de salsa senegalés que duplica en miembros al público. La cosa no arranca. Un DJ pone música un tanto extraña, reaggeton inédito, música pop africana. Las francesas tienen ganas de marcha. Llevan dos semanas en Louga, trabajando en el hospital. No abundan las ocasiones de fiesta en la ciudad. Así que bailan coreografías absurdas tan contentas. Nos unimos. Pasan casi dos horas hasta que empieza el concierto. Sonido cubano en Louga. Han llegado ya bastantes locales. Bailan salsa con cierta disciplina. El cantante, con una pinta tremenda de cubano canta en un español que no entendemos. Después de tantas horas de espera nos dedicamos a bailar gilipollescamente en mitad de la pista. Un poco avergonzados, pues como únicos hispanófonos del lugar igual deberíamos de saber bailar salsa.
Y de esta forma tan surrealista concluye nuestro segundo día en Louga.

Lougaregnos

Hoy cambiamos de ciudad. Pero con calma. Iremos a Louga porque ambos conocemos a alguien que conoce a alguien allí. Y ésta es una razón suficiente aunque aún no hayamos contactado con los conocidos de amigos por los cuales vamos a Louga (suena un poco incomprensible, de hecho lo es) Un autobús nos lleva de la isla a la gare routiere por la misma calle comercial por la que aterrizamos en Saint Louis. Las cosas (los puestos de venta, la gente que va y que viene, los animales y las motos) adquieren una cinematografidad interesante desde la ventana del autobús. Aterrizamos en la gare, toca coger otro sept-places. Solo tenemos que esperar un par de horas hasta que el coche se llena. Mientras tanto descubro con tres niños que el cristal de un coche puede serun apañado tablero para jugar juegos inventados (y tirando a tontorrones). Por fin nos encaminamos por la nacional II, paralelos a las vías del tren que dejó de pasar. Buscamos en los campos Baobabs, pero no sabemos mucho de ellos a parte de que son grandes. Parece información suficiente para identificarlos y admirarlos desde el coche. Aún así nos viene la duda sobre a partir de qué tamaño se puede considerar un árbol grande. Y si los Baobas antes de ser tan grandes habrán sido pequeños. Llegamos a Louga sin haber resuelto este misterio de la botánica. El taxi nos deja en un sitio dónde por no haber no hay ni teléfono. Ante el paisaje aparentemente culodelmundista que nos recibe nos viene la duda de exactamente porqué hemos acabado aquí. Pero no la verbalizamos porque somos muy correctos. Y cogemos un taxi que nos lleva hasta el centro, donde en principio hay telecentres. El centro donde nos ha dejado (que parece el centro geométrico de la ciudad, porque es una rotonda con una gasolinera) , abunda en carteles de telecentre, pero una vez entras en los locales no hay teléfono. Cuando preguntamos por un hotel algunos ponen cara de poker y otros nos indican como llegar al Omar Bongo Complex. Tras un rato caminando llegamos a un complejo hotelero con los siguientes puntos a recordar.
1. Está vacío.
2. Puede ser que tuviera un pasado esplendoroso como complex, pero ahora solo tiene luz a ratos.
3. Nuestra habitación no tiene ventana (y la mayor parte del tiempo tampoco electricidad)
4. Una piscina vacía y un chiringuito desolado evocan antiguos cócteles al Sol (o abortados suegnos de promotores turisticos)
5. Lo que sí está frecuentado es un gimnasio, donde los jóvenes "lougareños" (gentilicio acuñado por Miguel en una de nuestras esperas) se musculan en la penumbra.
Salimos después de realizar este estudio pormenorizado del hotel. La ciudad tiene una avenida grande y asfaltada, a un lado hay farolas tumbadas sobre la arena que se oxidan mientras esperan que alguien las levante. Es viernes y la calle está llena de gente. Las chicas van coquetas, conjuntadas, pintadas y peinadas: preciosas. Decidimos seguir a un grupo esperando que nos lleven a una fiesta. Hablamos con ellas, no nos enteramos de nada, y vamos tras ellas sonrientes. No hay suerte. Acabamos de nuevo en la avenida de las farolas tendidas. Hay mujeres que preparan café touba con buñuelos. Se sientan con sus cosas sobre la tierra. Disponen banquitos en frente para los parroquianos. Y ahí vamos. El café touba es como una mezcla de café y té, o al menos a eso sabe. Los "lougareños"con los que hablamos son mayoritariamente afables. Nos explican que si, sentado en el extremo del banco, decides levantarte,harías bien en prevenir al que está sentado al otro lado, pues si no parroquiano y banco se caen al suelo. Casi, casi, nos montamos un caso práctico.
Sin haber provocado ningun incidente con el banco nos desplazamos por la Avenida, hay algo así como un torneo de damas. Los hombres juegan sobre esterillas situadas en el suelo, rodeados de un público con más o menos ánimo interactivo. Nos invitan a sentarnos en otro banco para observar una partida. Pasamos como un hora mirando el juego. Un señor diserta sobre las buenas que son las damas para desarrollar la inteligencia, otro aporta su opinión sobre las jugadas. Los chicos parecen bien tensos, miran a la platea irritados. Al final entendemos por qué: han apostado pasta y tanta interacción en las gradas no acaba de convencerles.
La noche se ha asentado. Una luna bien fina aparece boca arriba, como un cuenco. Algo más arriba, una estrella luminosa parece estar a punto de caerse dentro. Como las farolas reposan en el polvo, todo está oscuro, la gente avanza por la ciudad linterna en mano. Vamos hacia el "complex" y oímos música. La seguimos como perros de Paulov. Y nos lleva a una mezquita donde alguien ha puesto a todo trapo una cinta con rezos cantados. Las oraciones nos amargarán toda la noche. No creo que oír la voz distorsionada de un imam durante horas beneficie mucho a la espiritualidad de nadie.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Saint Louis- La peninsula

El día después salimos para la península (Langue de Barbarie). Cruzamos el puente al oeste de la isla. Una vez del otro lado cogemos la primera calle a la izquierda. Está llena. Los hombres se sientan a un lado. Las mujeres al otro. Van guapos, charlan entre ellos o entre ellas. Un tráfico contínuo de carretas tiradas por caballos nos hacen apartarnos del medio (por donde circulamos) a cada rato. Para los críos cualquier cosa puede ser un juguete, nos van dando clases de reciclaje y solo paran de vez en cuando para dedicarnos un bonjour y un ¡Toubab! ya protocolarios.

Dejamos todo este hervidero de gente atrás saliendo a la playa entre dos casas. Las cabras y las gaviotas se disputan la basura, sin violencia, hay deshechos para todas. Circulan entre los cayucos alineados sobre la arena. Las barcazas van pintadas de colores chillones, algunas tienen escritos lemas religiosos, algunos presentan nombres de familia. Nos echamos a andar hacia el Sur. No hay nadie en la playa. No se ve el fin. Salimos de la arena atravesando un cementario donde los nombres de los difuntos están escritos a rotulador, sobre trozos de cartón. Hay lápidas que anuncian muertes precoces. Te da por imaginar alegres cayucos que no volvieron del mar. Igual imaginamos demasiado. Cogemos otra carretera, al Sur. Buscamos la hydrobasse, evocador nombre de algo que no sabemos qué es pero que nos intriga. Hambrientos nos vamos cruzando con colegiales que vuelven de sus clases. Al final de la carretera encontramos el restaurante Chez Coumba, que es como un chiringuito de la playa tapizado de telas de colores, y tiene una dueña carnosa, con una sonrisa enorme y blanca de esas que se consiguen mascando los cortos palos que venden en los mercados.Y Coumba interrumpe su charla de sobremesa, con los amigos, para atendernos. Y va gestionando un banquete, como si nada, mientras que bromea, bebe el té, saluda a los vecinos que vienen de visita.
Volvemos por la playa, sin tener muy claro que es la hydrobasse, aunque vengamos de ella. La tarde va llegando a los pescadores con nosotros. Y una vez más no nos caben tantas imágenes en los ojos. Los cayucos van arribando cargados de peces. Todo Saint Louis parece estar en la playa. El Sol, al precipitarse en el atlántico crea una capa anaranjada sobre las cosas. Decenas de hombres remontan sobre la arena las embarcaciones. Las mujeres se aproximan, los cubos listos sobre las cabezas. Los adolescentes llevan carros tirados por caballos. El pescado es proyectado a palazos al interior de los carros. Hay niños que ayudan a sus padres a limpiar las redes verdes. Hay niños que juegan al fútbol con objetos vagamente esféricos. Las cabras se van comiendo lo que pillan.
Dejamos atrás el atarceder en el atlántico, volvemos a la isla con los ojos pesados, cargados de una playa anaranjada.

Mercados, vias muertas y de repente un concierto

Pasaremos tres días en Saint Louis, así, sin darnos cuenta. Sin planificarlo.
El primer día, recorremos el continente. Sin rumbo fijo nos metemos despistadamente en las rutinas de la gente. Del otro lado del puente empieza el mercado. Es extraño cómo todo el mundo parece creer que venderá algo. Tal vez lo hagan, puede ser que cada cual haga una buena caja al fin de la jornada, pero desde luego no lo parece. Te pones a contar y no te salen las cuentas. Filas de pescado dispuestos sobre la tierra o en barreños de plástico. Mujeres que venden verduras. Hombres que comercian con todo tipo de cacharros. Se sientan sobre las vías de tren que antes unían Saint Louis con Dakar. A unos metros una estación deshabitada, quieta en el imposible de aquellas cosas que fueron y ya no son. Inutilizadas, las vías más allá del mercado han sido tomadas por las cabras y la basura. Avanzamos, nos metemos en las calles. Niñas y niños salen a esta hora del colegio con sus uniformes rosas y azules. Algunos parecen tan pequeños que uno se pregunta a qué edad escolarizan a los críos en este país. Se van jugando, corriendo, arrastrando grandes mochilas. Mujeres vestidas con Bou Bous y trajes de colores les esperan frente a sus casas. Hay adolescentes que juegan en futbolines directamente instalados sobre la tierra. Los chicos y las chicas se quedan a charlar a la salida del insituto. Cuando les pedimos la hora, nos miran desaprobatorios... qué clase de tubabs (blancos: si, en este pais yo soy reblanca) estáis hechos que no lleváis ni un reloj. Algunos adultos se acercan a contarnos historias tristes de jóvenes que murieron intentando llegar al país del que nosotros venimos tan tranquilamente. No tenemos más que ofrecerles que un vago sentimientode culpa que no sirve para nada.

Echamos las horas entre el primer Thiebuyen (arroz con pescado), el intercambio de bonjours y nanga defs, hasta que cruzamos el puente de vuelta a la isla. Ese es el territorio de los tubabs, con su calle de los hoteles y su calle de los restaurantes. Su ciber tan grande y sus cajeros automáticos bien dispuestos. Y sin embargo, también es el territorio de los artesanos, y los chavales con pinta de rastaman, y las señoras que charlan tranquilamente en las puertas de su casa, o los estudiantes que van a visitar las dos librerías. En la misma calle de los restaurantes uno puede cenar rodeado de expatriados a un precio casi europeo, como en el restaurante donde acabamos nosotros el primer día con mucho hambre y pocas ganas de pensar, o donde acabamos el segundo día, que era como el comedor de una casa abierta al público. Un sitio familiar, literalmente.Tan pronto te atiende el padre, como trae los platos el hijo, se presenta el abuelo con las bebidas. Y vuelve el padre, con un bebé en los brazos a traerte la cuenta. Allí comimos uno de los mejores Yassa Poisson (pescado, arroz, salsa de cacahuete con cebolla) de este viaje.

Oímos música fuera. La seguimos: éste se convertirá en el modo más habitual en el que acabemos en todos los saraos a partir de este momento. Acabamos en el Flamingo: ambiente ibicenco en el río Senegal. Gloriosas excentricidades de la globalización. Pero el grupo que toca está bien. El cantante es un showman que dice en francés las frases más provocadoras. Música tradicional transgresora. No todo iba a ser rock and roll. Durante un rato diserta sobre el sexo el alma el cuerpo, y el cruce entre las tres cosas. En otro momento de militancia provoca la enérgica protesta de alguno de los presentes cantando insistentemente: "el marabutismo es peor que el SIDA", tras tres semanas en Senegal entre dos de las más importantes fiestas religiosas, vamos entendiendo hasta donde llegó la transgresión del sujeto.

Pero al margen tiene una voz tan linda, y el chico que toca la guitarra y le hace los coros con los ojos cerrados, y el del djmebe que se emociona. Y luego hay canciones que todos conocen y las corean desde la barra, desde sus mesas, y toda esa gente que se va calentando, que interacciona con el grupo. Y los dos espontáneos que ya no aguantan más, y que se ganan el derecho al micrófono y que rebelan aún una voz más fuerte y más suave y más sublime que la del cantante cuya voz creías hasta hace tres minutos insuperable. Y alguno se anima a bailar. Ell río Senegal sigue su curso bajo los dos puentes abrazando la isla. Y en Saint Louis, una noche de miércoles cualquiera, delante de nuestras cervezas, no nos dan ganas de estar en ningún otro sitio.

sábado, 7 de marzo de 2009

Desierto con un poco más de glamour


vamos cruzando el río...

24 de febrero
Por la mañana un taxista nos lleva hasta la estación de sept-place. En Nouakchott ir del punto A al punto B es como meterse en un Rally. Si uno olvida que estrellarse en un coche puede hacer daño, la experiencia tiene un punto divertido. Cuando salimos del taxi en la estación P.K (Punto Kilométrico 12) nos rodea una nube de taxistas que nos quieren meter en su sept-places. Andamos mejorando nuestra técnica para no agobiarnos. Seguimos uno al azar y nos abstraemos de todo el ruido alrededor. El Sept-place tarda una hora y media en llenarse (pero se llena de verdad). Hay gente que compra varios puestos para ir más cómodos. Nosotros acabamos viajando en un onze-places: con el conductor, dos ancianos, cinco señoras culonas y una niña pequeña con un móvil de juguete cuyas malditas pilas duran todo el viaje. De Nouakchott para abajo el desierto se va salpicando de árboles, la gente viven en carpas sobre la arena. Dejamos a uno de los viejitos en medio de la nada. Cuesta imaginar cómo proseguirá su rutina en esa tierra inhóspita.
Llegamos a Rosso, un carrito con su caballo nos lleva hasta la frontera. Los policías comerán hasta las tres, pasamos dos horas rompiendo sin querer la paz del pueblo. Calles paralelas. Negocios donde toda la comida se vende en latas que tienen un aire de aprovisionamiento para búnkeres. Hace mucho calor y tenemos hambre.
Nos sentamos a la sombra a ver pasar el tiempo sobre unas piedras rodeadas de huesos de corderos. A tres metros de nosotros los hombres se agachan y mean. No somos muy hábiles escogiendo sombras.
Un rato después estamos en el transbordador que cruza el río Senegal. Un senegalés me declara su amor. Pasamos un rato debatiendo sobre la credibilidad de un amor tan espontáneo y cuando nos queremos dar cuenta ya estamos del lado senegalés del río.
Tenemos que cambiar dinero. Una nube de cambiadores y guías nos rodea y tenemos que emplearnos duro en la técnica de la abstracción total. Nos abstraemos tanto que acabamos caminando solos hacia la estación de los taxis que van hasta Saint- Louis. Pero estar solos no es una empresa fácil. Se nos engancha un guía que nos lleva hasta la estación y nos negocia el precio (llevándose una comisión seguramente) Nos gustaría preguntar y obtener respuestas del tipo: "siga andando 500 metros y tuerza a la derecha". Pero los códigos cambian cuando la gente tiene mucho más tiempo que tú y mucho menos dinero. Así que aceptamos las cosas como son y nos embarcamos hacia Saint Louis.
La carretera está tan llena de agujeros que el taxista prefiere ir por los arecenes de tierra. Aquí y allá hay pueblos, mucha gente en las calles, el paisaje del Sahel con sus árboles lánguidos sobre la tierra rojiza.
Vamos sentados en la tercera fila del sept-places. Los hombres de alante llevan coronando sus cabezas tocados de todas las formas y colores. Llegados a Saint-Louis un compañero de viaje nos sugiere que nos bajemos si no queremos acabar a varios kilómetros del centro. Se lo agradecemos, nosotros íbamos tan pacíficamente mirando por la ventanilla, si nos descuidamos llegamos hasta Dakar.
Va anocheciendo. La calle está llena de gente que vende cosas. Esquivamos coches, carros, camiones, autobuses, compradores, vendedores, estudiantes y niños. Solo sabemos que tenemos que llegar a la Isla. Cruzamos el puente Faidharde, del otro lado nos surgen diversas ofertas de alojamiento. Acabamos en un hotel sin nombre. Barato. Nos gusta, como nos va gustando Saint Louis con sus calles paralelas llenas de gente. Y eso que aún no hemos visto nada. Sanu Kuti (hijo de Fela Kuti) toca esta noche. Nos lo comentan algunos chicos. Pero amanecimos en Nouakchott y el cuerpo no se presta.

Qué de arena

3 de febrero
(sí sí muy rápido no vamos con el blog... de hecho llevamos ya nosecuantos días en Dakar... pero es que lo de la actualización tiene sus cosas...)
Por la mañana tomamos pan y dátiles y nos despedimos de Alí. Le pagamos un jersey y una miseria porque no llegamos a cambiar dinero. Nos dio bastante vergüenza, la verdad. En la carretera, el desierto empezó a adquirir un poco más de glamour. Pero no se parece al que sale en las portadas de los catálogos de las revistas. Comenzó a llover. No se ven casas, solo controles de policía. Cristophe en su papel de Cocodrilo Dundee, vacila a los agentes. En el radiocasette Renaud sigue cantando rumbo al Sur "Société tu m'auras pas", mientras Miguel conduce Cristophe hace los coros. Llevamos escuchando a Renaud todo el camino desde Dakhla, Cristophe tiene toda la discografía. El cantante francés le añadió varios puntos de surrealismo a la subasta del remolque en la frontera. Los mauritanos pujando a gritos y Renaud sonando a todo trapo.
En la que esperamos a Jorge, el hospitalario contacto de Diagonal que nos acogerá en Nouakchott, charlamos con un chico de Guinea Conakry que en su camino hacia Europa recaló en un restaurante marroquí donde lleva dos años trabajando. Mira el mapa de África Occidental que Miguel le tiende con fascinación. Nos hace una disertación sobre la relación entre el asfalto en las carreteras y el grado de desarrollo del país. Con estudio comparativo de los países de la región incluido. Guinea Conakry sale tan bien parada que a mi casi me convece de ir hasta Conakry para llegar a Bamako por una carretera debidamente asfaltada. Aunque tengamos que dar una vuelta de unos 800 km...
Luego Jorge vendrá a recogernos a la Boutique Cous Cous. Nombre que no corresponde a ningún lugar geográfico preciso si no al recuerdo colectivo de algo que una vez estuvo allí. Vamos, que no fue tan fácil encontrar el recuerdo colectivo.
Jorge nos llevará a dar una vuelta por la ciudad. Hay escasas calles asfaltadas, arena de desierto en el lugar de las aceras, una batalla constante de coches que quieren pasar todos al mismo tiempo por los mismos cruces. No hay bancos en los que sentarse, parques por lo que pasear, bares en los que tomar algo, o caulquier sitio de encuentro donde los adolescentes puedan intercambiar miraditas.
Primero vamos a un mercado inmenso donde cientos de personas venden cosas que nadie parece comprar. Después iremos a un hotel que, con sus diez plantas, es con diferencia el edificio más alto del país.
La cafetería ofrece una amplia panorámica de la ciudad. Embajadas, la gran mezquita saudí, casas, coches, casas. Jorge nos habla de su experiencia en Nouakchott, de este país un poco extraño donde los golpes de estado son tan habituales como tranquilos, los políticos y los militares se van pasando así el poder mientras que la población sigue a sus cosas. Vendiendo en mercados donde poca gente compra. O luchando con un desorden de coches para cruzar una calle (asfaltada o no).
Cenamos en el Centro Cultural Francés donde pasan una película. Aparentemente, esa es toda la actividad que uno puede encontrar hoy en la capital de Mauritania. Decidimos seguir lo antes posible hacia el Sur.

miércoles, 4 de marzo de 2009

la laboriosa preparación del té


Alí, Miguel, Cristophe y el guía enamorado que no quería emigrar


desierto sin glamour


pescando bolsas de basura con Jean Marc


Playa de Dakhla

el hippy y el intrépido

El 22 por la mañana cogemos nuestras mochilas y acudimos a la cita con Cristophe para bajar a Mauritania. Desierto sin glamour entre Dakhla y la frontera. A ratos se ve el mar a la derecha, a ratos no se ve nada. Y aquí hasta las nubes parecen estáticas. El francés va despacito. Miguel se propone aligerar la situación ofreciéndose para conducir. Pero resulta que Cristophe tiene la firme determinación de llegar a Guinea Bissau a 85 km por hora para ahorrar gasolina. Nos hemos topado con un aventurero prudente y pesetero.
Paramos a comer en un restaurante cerca de la frontera, el único en kilómetros cuadrados. Y allí nos encontramos:
1. A un hombre que hacía el trayecto El Ayún Dakhla en nuestro autobús y con quien charlamos un poco. Ahora nos cuenta que es un médico de Rabat, le han destinado a hacer la especialidad en mitad del desierto (digamos que es una versión sureña de doctor en Alaska).
2. El mundo es simpáticamente diminuto. Llevábamos varios días intentando contactar con ellos y de repente Miguel ve llegar un camión en el que pone escrito en letras grandes: Afric-ANDO.
Así que nos encontramos en pleno desierto a los que nos mangaron el nombre del blog. Pero muy majos. Charlamos, comparamos un poco nuestras rutas, pero nuestros programas son tan vagos que es difícil saber si coincidiremos de nuevo. Tienen un proyecto lindo ellos. Llevan espectáculos y películas en una carpa que van montando en algunos pueblos (www.afric-ando.blogspot.com).
Arrancamos hacia la frontera. Es como una yinkana: me recuerda a mis tiempos de los boy-scouts. Del lado marroquí hay que visitar cuatro oficinas. Si no superas la prueba no puedes pasar a la siguiente. Hay gente variopinta jugando: moteros yankis, paisanos mauritanos, caravanistas franceses, y un hippy galo con una guitarra a la espalda.
Entre ambas fronteras hay una tierra de nadie. El intrépido Cristophe decide vender su remolque ahí mismo, en medio de una nube de buscavidas mauritanos. Organiza una apasionada subasta. A Miguel y a mí nos dice: no salgáis del coche. Y baja los seguros. Nos gustaría tener fotos de este momento pero el desconcierto pudo con nosotros. Ya sin remolque cruzamos una pista orillada de coches calcinados y basura.
Frontera Mauritana. La yinkana no ha acabado. En la cola de los coches, el hippy galo que ha conseguido pasar gracias un buen samaritano marroquí nos cuenta que ha decidido ir a Senegal en busca de la sinceridad, para el estupor del intrépido Cristophe que se lanza en una perorata un tanto racista sobre lo poco que son de fíar los senegaleses. Menudo dúo cómico. (El show continuará).
Ya con la policía mauritana, nuestro Cristophe se abraza con los agentes (ha vendido coches a la mitad de ellos) cierran futuros tratos in situ mientras comparten chascarrillos.
En coche llegamos hasta Bulenuar (transcripción fonética) dónde Cristophe conoce a un tipo que nos alojará. Se llama Alí y tiene una sala cuadrada con alfombras que llama hotel. Es un encanto. Con él y sus amigos tomamos un té (preparación laboriosa que comprende el vertido compulsivo de líquidos de un recipiente a otro hasta generar espuma). Hay un joven guía enamorado que no para de hablar por sus dos móviles con su novia de Nuadibú. Nos la pasa para que charlemos un rato con ella. Una conversasión apasionante en Hasania (el dialecto árabe de Mauritania que por supuesto no hablamos). El chico nos lleva a dar una vuelta por el pueblo: tiendas de alimentación y casas semienterradas por la arena. Conocemos a la mitad de los Bulenuarenses. Nos descalzamos, entramos en las casas, sonreímos, nos calzamos, salimos. Y así un par de horas.
A la vuelta el guía nos hace una arenga contra la emigración. Él está tan contento en Bulenuar. No es que no quiera emigrar, ni siquiera contempla la posibilidad de tomarse unas vacaciones fuera. A la mañana siguiente partimos a Nouakchott.

lunes, 2 de marzo de 2009

En Dakhla estuvimos el 21 de febrero

En Dakhla, aterrizados a las 7 de la magnana, fuimos al bagno y acabamos en la playa. Son cosas que pasan cuando uno no lleva todos los cabos atados... el dia se puede trenzar. En la terraza del bar donde decidimos ir al bagno (la que esta al lado del auberge Sahara) conocemos a Cristophe y Jean Marc. Tienen ganas de charlar. Jean Marc lleva tres meses de vacaciones en Dakhla, es un francés flaquito, de unos 60 agnos. Se ofrece a llevarnos a pasar el dia en la playa. Aceptamos.

Dakhla esta situada en una lengua de arena, en el océano. A un lado està la laguna, agua quieta custodiada por altas dunas. Una nube de caravanas con matricula francesa ha sitiado el lugar. La gente viene al Sahara a practicar kite surfing: la gente hace cosas pintorescas. Al otro lado de la lengua la tierra se corta abruptamente y aparece el Oceàno. La playa a la que llegaremos es una tregua de arena a los pies de uno de esos cortes.

Hay algun pescador, gaviotas, basura. Y nada màs. Miguel y Jean Marc intentan pescar: pescamos dos bolsas de plastico. Jean Marc se lo toma con calma, en tres meses en Dakhla ha pescado un pez. Y pequegno. El pescador sin suerte se ha movido por medio mundo. Se le nota. Es fàcil imaginarle buscando la playa bajo los adoquines en el 68. No la encontro entonces: 40 angos después se jubilo y se fue a Dakhla de vacaciones: toda una playa para él solo.

Bajo el Sol hablamos de los viajes realizados y los que quedan por realizar. Jean Marc nos cuenta que se fue a Dakar en los 70, de estudiante. Recuerda fiesta tras fiesta con los senegaleses. Y por la cara que pone de viejo canalla imaginas que no lo paso nada mal. Volvio en los 80 y ya no hubo fiestas que recordar: la crisis economica.

A la vuelta encontramos facilmente una habitacion barata en Dakhla (y lo celebramos con unos brinquitos, llevabamos dos noches de autobus).
Luego reencontramos a Jean Marc, que nos espera con Cristophe. Este tiene una propuesta que hacernos: baja a Guinea Bissau a vender su todo-terreno. Se ofrece a bajarnos a Nouakchott por un modico precio. Està visto que hemos hecho la visita al bagno mas productiva de la historia.

Pasamos la velada comiendo pescado y hablando de religion. Cristophe parece un cincuenton intrépido, listillo, que se las sabe todas. Lleva desde el 2003 bajando coches a Guinea Bissau. Un buscavidas exotico el Cristophe. Nos cuenta que su padre era un ruso blanco (un noble), que tuvo que dejar el pais con la revolucion bolchevique. Jean Marc era un pied noir, nacio en Argelia de padres socialistas. Los pobres vivieron las dos guerras mundiales, se fueron de Argel durante la guerra, un agno antes de la independencia. Avergonzados. Uno se pone a charlar y se topa con la historia. Pour le plaisir de partager. Como diria Jean Marc...