sábado, 28 de marzo de 2009
Impresiones del país Dogón VII
Impresiones del país Dogón VI
Impresiones del país Dogón V
Impresiones del país Dogón IV
Impresiones del país Dogón III
Impresiones del país Dogón II
Impresiones del país Dogón I
sábado, 21 de marzo de 2009
Bailando Salsa en Louga
Casi toda la ciudad es comercial, casi todas las calles tienen puestos y puestos, el calor impide una enorme actividad. La gente se sienta frente a sus negocios y charla. Hacemos lo mismo. En un garaje tomamos nuestra primera clase de wolof con unos mecánicos encantadores. Les desconcertaba la idea de vernos sentados una hora en el polvo. Nos invitan a comer thiebuyen entre neumáticos y piezas de recambio.
La Soirée Musicale empieza muy tarde. Cae la noche y vuelve el desfile de linternas, el ruido de las televisiones toma las calles, resplandores que salen de las tiendas. Ni siquiera el restaurante donde cenamos está iluminado, solo está la luz que proyecta el televisor. Alguna gente entra, pero no cenan, miran la televisión junto a los otros. Lucha senegalesa. Toda la ciudad pendiente de hombres enormes adornados con cri-cri (amuletos) que se pasan una hora y media sometiéndose a ritos mágicos y danzas, un minuto y medio combatiendo y otra hora comentando frente a los micrófonos el breve combate. Orange patrocina. Nos acordamos del gerente del centro cultural y su rencor hacia la caja tonta.
Y cuando vamos al centro cultural no hay nadie. Hacemos tiempo hasta la velada musical. Y cuando se supone que empieza la velada musical, aparecen seis enfermeras francesas en sus cincuenta. Y nosotros. Y un grupo de salsa senegalés que duplica en miembros al público. La cosa no arranca. Un DJ pone música un tanto extraña, reaggeton inédito, música pop africana. Las francesas tienen ganas de marcha. Llevan dos semanas en Louga, trabajando en el hospital. No abundan las ocasiones de fiesta en la ciudad. Así que bailan coreografías absurdas tan contentas. Nos unimos. Pasan casi dos horas hasta que empieza el concierto. Sonido cubano en Louga. Han llegado ya bastantes locales. Bailan salsa con cierta disciplina. El cantante, con una pinta tremenda de cubano canta en un español que no entendemos. Después de tantas horas de espera nos dedicamos a bailar gilipollescamente en mitad de la pista. Un poco avergonzados, pues como únicos hispanófonos del lugar igual deberíamos de saber bailar salsa.
Y de esta forma tan surrealista concluye nuestro segundo día en Louga.
Lougaregnos
Sin haber provocado ningun incidente con el banco nos desplazamos por la Avenida, hay algo así como un torneo de damas. Los hombres juegan sobre esterillas situadas en el suelo, rodeados de un público con más o menos ánimo interactivo. Nos invitan a sentarnos en otro banco para observar una partida. Pasamos como un hora mirando el juego. Un señor diserta sobre las buenas que son las damas para desarrollar la inteligencia, otro aporta su opinión sobre las jugadas. Los chicos parecen bien tensos, miran a la platea irritados. Al final entendemos por qué: han apostado pasta y tanta interacción en las gradas no acaba de convencerles.
La noche se ha asentado. Una luna bien fina aparece boca arriba, como un cuenco. Algo más arriba, una estrella luminosa parece estar a punto de caerse dentro. Como las farolas reposan en el polvo, todo está oscuro, la gente avanza por la ciudad linterna en mano. Vamos hacia el "complex" y oímos música. La seguimos como perros de Paulov. Y nos lleva a una mezquita donde alguien ha puesto a todo trapo una cinta con rezos cantados. Las oraciones nos amargarán toda la noche. No creo que oír la voz distorsionada de un imam durante horas beneficie mucho a la espiritualidad de nadie.
miércoles, 18 de marzo de 2009
Saint Louis- La peninsula
Dejamos todo este hervidero de gente atrás saliendo a la playa entre dos casas. Las cabras y las gaviotas se disputan la basura, sin violencia, hay deshechos para todas. Circulan entre los cayucos alineados sobre la arena. Las barcazas van pintadas de colores chillones, algunas tienen escritos lemas religiosos, algunos presentan nombres de familia. Nos echamos a andar hacia el Sur. No hay nadie en la playa. No se ve el fin. Salimos de la arena atravesando un cementario donde los nombres de los difuntos están escritos a rotulador, sobre trozos de cartón. Hay lápidas que anuncian muertes precoces. Te da por imaginar alegres cayucos que no volvieron del mar. Igual imaginamos demasiado. Cogemos otra carretera, al Sur. Buscamos la hydrobasse, evocador nombre de algo que no sabemos qué es pero que nos intriga. Hambrientos nos vamos cruzando con colegiales que vuelven de sus clases. Al final de la carretera encontramos el restaurante Chez Coumba, que es como un chiringuito de la playa tapizado de telas de colores, y tiene una dueña carnosa, con una sonrisa enorme y blanca de esas que se consiguen mascando los cortos palos que venden en los mercados.Y Coumba interrumpe su charla de sobremesa, con los amigos, para atendernos. Y va gestionando un banquete, como si nada, mientras que bromea, bebe el té, saluda a los vecinos que vienen de visita.
Volvemos por la playa, sin tener muy claro que es la hydrobasse, aunque vengamos de ella. La tarde va llegando a los pescadores con nosotros. Y una vez más no nos caben tantas imágenes en los ojos. Los cayucos van arribando cargados de peces. Todo Saint Louis parece estar en la playa. El Sol, al precipitarse en el atlántico crea una capa anaranjada sobre las cosas. Decenas de hombres remontan sobre la arena las embarcaciones. Las mujeres se aproximan, los cubos listos sobre las cabezas. Los adolescentes llevan carros tirados por caballos. El pescado es proyectado a palazos al interior de los carros. Hay niños que ayudan a sus padres a limpiar las redes verdes. Hay niños que juegan al fútbol con objetos vagamente esféricos. Las cabras se van comiendo lo que pillan.
Dejamos atrás el atarceder en el atlántico, volvemos a la isla con los ojos pesados, cargados de una playa anaranjada.
Mercados, vias muertas y de repente un concierto
Echamos las horas entre el primer Thiebuyen (arroz con pescado), el intercambio de bonjours y nanga defs, hasta que cruzamos el puente de vuelta a la isla. Ese es el territorio de los tubabs, con su calle de los hoteles y su calle de los restaurantes. Su ciber tan grande y sus cajeros automáticos bien dispuestos. Y sin embargo, también es el territorio de los artesanos, y los chavales con pinta de rastaman, y las señoras que charlan tranquilamente en las puertas de su casa, o los estudiantes que van a visitar las dos librerías. En la misma calle de los restaurantes uno puede cenar rodeado de expatriados a un precio casi europeo, como en el restaurante donde acabamos nosotros el primer día con mucho hambre y pocas ganas de pensar, o donde acabamos el segundo día, que era como el comedor de una casa abierta al público. Un sitio familiar, literalmente.Tan pronto te atiende el padre, como trae los platos el hijo, se presenta el abuelo con las bebidas. Y vuelve el padre, con un bebé en los brazos a traerte la cuenta. Allí comimos uno de los mejores Yassa Poisson (pescado, arroz, salsa de cacahuete con cebolla) de este viaje.
Oímos música fuera. La seguimos: éste se convertirá en el modo más habitual en el que acabemos en todos los saraos a partir de este momento. Acabamos en el Flamingo: ambiente ibicenco en el río Senegal. Gloriosas excentricidades de la globalización. Pero el grupo que toca está bien. El cantante es un showman que dice en francés las frases más provocadoras. Música tradicional transgresora. No todo iba a ser rock and roll. Durante un rato diserta sobre el sexo el alma el cuerpo, y el cruce entre las tres cosas. En otro momento de militancia provoca la enérgica protesta de alguno de los presentes cantando insistentemente: "el marabutismo es peor que el SIDA", tras tres semanas en Senegal entre dos de las más importantes fiestas religiosas, vamos entendiendo hasta donde llegó la transgresión del sujeto.
Pero al margen tiene una voz tan linda, y el chico que toca la guitarra y le hace los coros con los ojos cerrados, y el del djmebe que se emociona. Y luego hay canciones que todos conocen y las corean desde la barra, desde sus mesas, y toda esa gente que se va calentando, que interacciona con el grupo. Y los dos espontáneos que ya no aguantan más, y que se ganan el derecho al micrófono y que rebelan aún una voz más fuerte y más suave y más sublime que la del cantante cuya voz creías hasta hace tres minutos insuperable. Y alguno se anima a bailar. Ell río Senegal sigue su curso bajo los dos puentes abrazando la isla. Y en Saint Louis, una noche de miércoles cualquiera, delante de nuestras cervezas, no nos dan ganas de estar en ningún otro sitio.
sábado, 7 de marzo de 2009
vamos cruzando el río...
Llegamos a Rosso, un carrito con su caballo nos lleva hasta la frontera. Los policías comerán hasta las tres, pasamos dos horas rompiendo sin querer la paz del pueblo. Calles paralelas. Negocios donde toda la comida se vende en latas que tienen un aire de aprovisionamiento para búnkeres. Hace mucho calor y tenemos hambre.
Nos sentamos a la sombra a ver pasar el tiempo sobre unas piedras rodeadas de huesos de corderos. A tres metros de nosotros los hombres se agachan y mean. No somos muy hábiles escogiendo sombras.
Un rato después estamos en el transbordador que cruza el río Senegal. Un senegalés me declara su amor. Pasamos un rato debatiendo sobre la credibilidad de un amor tan espontáneo y cuando nos queremos dar cuenta ya estamos del lado senegalés del río.
Tenemos que cambiar dinero. Una nube de cambiadores y guías nos rodea y tenemos que emplearnos duro en la técnica de la abstracción total. Nos abstraemos tanto que acabamos caminando solos hacia la estación de los taxis que van hasta Saint- Louis. Pero estar solos no es una empresa fácil. Se nos engancha un guía que nos lleva hasta la estación y nos negocia el precio (llevándose una comisión seguramente) Nos gustaría preguntar y obtener respuestas del tipo: "siga andando 500 metros y tuerza a la derecha". Pero los códigos cambian cuando la gente tiene mucho más tiempo que tú y mucho menos dinero. Así que aceptamos las cosas como son y nos embarcamos hacia Saint Louis.
La carretera está tan llena de agujeros que el taxista prefiere ir por los arecenes de tierra. Aquí y allá hay pueblos, mucha gente en las calles, el paisaje del Sahel con sus árboles lánguidos sobre la tierra rojiza.
Vamos sentados en la tercera fila del sept-places. Los hombres de alante llevan coronando sus cabezas tocados de todas las formas y colores. Llegados a Saint-Louis un compañero de viaje nos sugiere que nos bajemos si no queremos acabar a varios kilómetros del centro. Se lo agradecemos, nosotros íbamos tan pacíficamente mirando por la ventanilla, si nos descuidamos llegamos hasta Dakar.
Va anocheciendo. La calle está llena de gente que vende cosas. Esquivamos coches, carros, camiones, autobuses, compradores, vendedores, estudiantes y niños. Solo sabemos que tenemos que llegar a la Isla. Cruzamos el puente Faidharde, del otro lado nos surgen diversas ofertas de alojamiento. Acabamos en un hotel sin nombre. Barato. Nos gusta, como nos va gustando Saint Louis con sus calles paralelas llenas de gente. Y eso que aún no hemos visto nada. Sanu Kuti (hijo de Fela Kuti) toca esta noche. Nos lo comentan algunos chicos. Pero amanecimos en Nouakchott y el cuerpo no se presta.
Qué de arena
En la que esperamos a Jorge, el hospitalario contacto de Diagonal que nos acogerá en Nouakchott, charlamos con un chico de Guinea Conakry que en su camino hacia Europa recaló en un restaurante marroquí donde lleva dos años trabajando. Mira el mapa de África Occidental que Miguel le tiende con fascinación. Nos hace una disertación sobre la relación entre el asfalto en las carreteras y el grado de desarrollo del país. Con estudio comparativo de los países de la región incluido. Guinea Conakry sale tan bien parada que a mi casi me convece de ir hasta Conakry para llegar a Bamako por una carretera debidamente asfaltada. Aunque tengamos que dar una vuelta de unos 800 km...
Luego Jorge vendrá a recogernos a la Boutique Cous Cous. Nombre que no corresponde a ningún lugar geográfico preciso si no al recuerdo colectivo de algo que una vez estuvo allí. Vamos, que no fue tan fácil encontrar el recuerdo colectivo.
Jorge nos llevará a dar una vuelta por la ciudad. Hay escasas calles asfaltadas, arena de desierto en el lugar de las aceras, una batalla constante de coches que quieren pasar todos al mismo tiempo por los mismos cruces. No hay bancos en los que sentarse, parques por lo que pasear, bares en los que tomar algo, o caulquier sitio de encuentro donde los adolescentes puedan intercambiar miraditas.
Primero vamos a un mercado inmenso donde cientos de personas venden cosas que nadie parece comprar. Después iremos a un hotel que, con sus diez plantas, es con diferencia el edificio más alto del país.
La cafetería ofrece una amplia panorámica de la ciudad. Embajadas, la gran mezquita saudí, casas, coches, casas. Jorge nos habla de su experiencia en Nouakchott, de este país un poco extraño donde los golpes de estado son tan habituales como tranquilos, los políticos y los militares se van pasando así el poder mientras que la población sigue a sus cosas. Vendiendo en mercados donde poca gente compra. O luchando con un desorden de coches para cruzar una calle (asfaltada o no).
Cenamos en el Centro Cultural Francés donde pasan una película. Aparentemente, esa es toda la actividad que uno puede encontrar hoy en la capital de Mauritania. Decidimos seguir lo antes posible hacia el Sur.
miércoles, 4 de marzo de 2009
el hippy y el intrépido
lunes, 2 de marzo de 2009
En Dakhla estuvimos el 21 de febrero
Dakhla esta situada en una lengua de arena, en el océano. A un lado està la laguna, agua quieta custodiada por altas dunas. Una nube de caravanas con matricula francesa ha sitiado el lugar. La gente viene al Sahara a practicar kite surfing: la gente hace cosas pintorescas. Al otro lado de la lengua la tierra se corta abruptamente y aparece el Oceàno. La playa a la que llegaremos es una tregua de arena a los pies de uno de esos cortes.
Hay algun pescador, gaviotas, basura. Y nada màs. Miguel y Jean Marc intentan pescar: pescamos dos bolsas de plastico. Jean Marc se lo toma con calma, en tres meses en Dakhla ha pescado un pez. Y pequegno. El pescador sin suerte se ha movido por medio mundo. Se le nota. Es fàcil imaginarle buscando la playa bajo los adoquines en el 68. No la encontro entonces: 40 angos después se jubilo y se fue a Dakhla de vacaciones: toda una playa para él solo.
Bajo el Sol hablamos de los viajes realizados y los que quedan por realizar. Jean Marc nos cuenta que se fue a Dakar en los 70, de estudiante. Recuerda fiesta tras fiesta con los senegaleses. Y por la cara que pone de viejo canalla imaginas que no lo paso nada mal. Volvio en los 80 y ya no hubo fiestas que recordar: la crisis economica.
A la vuelta encontramos facilmente una habitacion barata en Dakhla (y lo celebramos con unos brinquitos, llevabamos dos noches de autobus).
Luego reencontramos a Jean Marc, que nos espera con Cristophe. Este tiene una propuesta que hacernos: baja a Guinea Bissau a vender su todo-terreno. Se ofrece a bajarnos a Nouakchott por un modico precio. Està visto que hemos hecho la visita al bagno mas productiva de la historia.
Pasamos la velada comiendo pescado y hablando de religion. Cristophe parece un cincuenton intrépido, listillo, que se las sabe todas. Lleva desde el 2003 bajando coches a Guinea Bissau. Un buscavidas exotico el Cristophe. Nos cuenta que su padre era un ruso blanco (un noble), que tuvo que dejar el pais con la revolucion bolchevique. Jean Marc era un pied noir, nacio en Argelia de padres socialistas. Los pobres vivieron las dos guerras mundiales, se fueron de Argel durante la guerra, un agno antes de la independencia. Avergonzados. Uno se pone a charlar y se topa con la historia. Pour le plaisir de partager. Como diria Jean Marc...