Casi toda la ciudad es comercial, casi todas las calles tienen puestos y puestos, el calor impide una enorme actividad. La gente se sienta frente a sus negocios y charla. Hacemos lo mismo. En un garaje tomamos nuestra primera clase de wolof con unos mecánicos encantadores. Les desconcertaba la idea de vernos sentados una hora en el polvo. Nos invitan a comer thiebuyen entre neumáticos y piezas de recambio.
La Soirée Musicale empieza muy tarde. Cae la noche y vuelve el desfile de linternas, el ruido de las televisiones toma las calles, resplandores que salen de las tiendas. Ni siquiera el restaurante donde cenamos está iluminado, solo está la luz que proyecta el televisor. Alguna gente entra, pero no cenan, miran la televisión junto a los otros. Lucha senegalesa. Toda la ciudad pendiente de hombres enormes adornados con cri-cri (amuletos) que se pasan una hora y media sometiéndose a ritos mágicos y danzas, un minuto y medio combatiendo y otra hora comentando frente a los micrófonos el breve combate. Orange patrocina. Nos acordamos del gerente del centro cultural y su rencor hacia la caja tonta.
Y cuando vamos al centro cultural no hay nadie. Hacemos tiempo hasta la velada musical. Y cuando se supone que empieza la velada musical, aparecen seis enfermeras francesas en sus cincuenta. Y nosotros. Y un grupo de salsa senegalés que duplica en miembros al público. La cosa no arranca. Un DJ pone música un tanto extraña, reaggeton inédito, música pop africana. Las francesas tienen ganas de marcha. Llevan dos semanas en Louga, trabajando en el hospital. No abundan las ocasiones de fiesta en la ciudad. Así que bailan coreografías absurdas tan contentas. Nos unimos. Pasan casi dos horas hasta que empieza el concierto. Sonido cubano en Louga. Han llegado ya bastantes locales. Bailan salsa con cierta disciplina. El cantante, con una pinta tremenda de cubano canta en un español que no entendemos. Después de tantas horas de espera nos dedicamos a bailar gilipollescamente en mitad de la pista. Un poco avergonzados, pues como únicos hispanófonos del lugar igual deberíamos de saber bailar salsa.
Y de esta forma tan surrealista concluye nuestro segundo día en Louga.
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