sábado, 21 de marzo de 2009

Bailando Salsa en Louga

Al día siguiente queremos cambiar de hotel. Vimos un cartel que ponía hotel. Dedujimos que allí habría un hotel. Deducción equivocada. Lo que si que hay es una amable señora que nos dice que en un momento dado nos puede encontrar una habitación. Pero hay que esperar. Nueva vuelta por Louga. Entramos al Centro cultural regional donde se celebrará la soirée musicale por la que hemos decidido quedarnos. El gerente nos acoge, el centro tiene una pequeña biblioteca, una sala para fiestas, otra para proyecciones, internet. Echan pelis cada semana. El cine Rex (el único que había en Louga) lleva años sin funcionar. El gerente acusa a la televisión de que ya casi no queden salas de cine en todo Senegal. No es el único delito de la televisión, según el gerente: vemos con él una exposición de artistas locales que tienen en el centro. Señala un cuadro donde un griot, rodeado de niños, gesticula, cuenta la historia. Pero llegó la televisión y se acabaron los griots, insiste el gerente.

Otro cuadro, impresionante, muestra figuras desesperadas dentro y fuera de un barco, las unas alargan las manos hacia las otras, pero no se alcanzan. Te hace pensar una vez más en los cayucos. Y sin embargo no, el gerente nos cuenta que el cuadro reproduce el naufragio del Ferry que va entre Dakar en Zinguichor (en Casmance). Ocurrió hace pocos agnos, murieron 2000 personas. Senegal tiene bastantes cosas que reprocharle al mar.
Casi toda la ciudad es comercial, casi todas las calles tienen puestos y puestos, el calor impide una enorme actividad. La gente se sienta frente a sus negocios y charla. Hacemos lo mismo. En un garaje tomamos nuestra primera clase de wolof con unos mecánicos encantadores. Les desconcertaba la idea de vernos sentados una hora en el polvo. Nos invitan a comer thiebuyen entre neumáticos y piezas de recambio.
La Soirée Musicale empieza muy tarde. Cae la noche y vuelve el desfile de linternas, el ruido de las televisiones toma las calles, resplandores que salen de las tiendas. Ni siquiera el restaurante donde cenamos está iluminado, solo está la luz que proyecta el televisor. Alguna gente entra, pero no cenan, miran la televisión junto a los otros. Lucha senegalesa. Toda la ciudad pendiente de hombres enormes adornados con cri-cri (amuletos) que se pasan una hora y media sometiéndose a ritos mágicos y danzas, un minuto y medio combatiendo y otra hora comentando frente a los micrófonos el breve combate. Orange patrocina. Nos acordamos del gerente del centro cultural y su rencor hacia la caja tonta.
Y cuando vamos al centro cultural no hay nadie. Hacemos tiempo hasta la velada musical. Y cuando se supone que empieza la velada musical, aparecen seis enfermeras francesas en sus cincuenta. Y nosotros. Y un grupo de salsa senegalés que duplica en miembros al público. La cosa no arranca. Un DJ pone música un tanto extraña, reaggeton inédito, música pop africana. Las francesas tienen ganas de marcha. Llevan dos semanas en Louga, trabajando en el hospital. No abundan las ocasiones de fiesta en la ciudad. Así que bailan coreografías absurdas tan contentas. Nos unimos. Pasan casi dos horas hasta que empieza el concierto. Sonido cubano en Louga. Han llegado ya bastantes locales. Bailan salsa con cierta disciplina. El cantante, con una pinta tremenda de cubano canta en un español que no entendemos. Después de tantas horas de espera nos dedicamos a bailar gilipollescamente en mitad de la pista. Un poco avergonzados, pues como únicos hispanófonos del lugar igual deberíamos de saber bailar salsa.
Y de esta forma tan surrealista concluye nuestro segundo día en Louga.

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