sábado, 7 de marzo de 2009

vamos cruzando el río...

24 de febrero
Por la mañana un taxista nos lleva hasta la estación de sept-place. En Nouakchott ir del punto A al punto B es como meterse en un Rally. Si uno olvida que estrellarse en un coche puede hacer daño, la experiencia tiene un punto divertido. Cuando salimos del taxi en la estación P.K (Punto Kilométrico 12) nos rodea una nube de taxistas que nos quieren meter en su sept-places. Andamos mejorando nuestra técnica para no agobiarnos. Seguimos uno al azar y nos abstraemos de todo el ruido alrededor. El Sept-place tarda una hora y media en llenarse (pero se llena de verdad). Hay gente que compra varios puestos para ir más cómodos. Nosotros acabamos viajando en un onze-places: con el conductor, dos ancianos, cinco señoras culonas y una niña pequeña con un móvil de juguete cuyas malditas pilas duran todo el viaje. De Nouakchott para abajo el desierto se va salpicando de árboles, la gente viven en carpas sobre la arena. Dejamos a uno de los viejitos en medio de la nada. Cuesta imaginar cómo proseguirá su rutina en esa tierra inhóspita.
Llegamos a Rosso, un carrito con su caballo nos lleva hasta la frontera. Los policías comerán hasta las tres, pasamos dos horas rompiendo sin querer la paz del pueblo. Calles paralelas. Negocios donde toda la comida se vende en latas que tienen un aire de aprovisionamiento para búnkeres. Hace mucho calor y tenemos hambre.
Nos sentamos a la sombra a ver pasar el tiempo sobre unas piedras rodeadas de huesos de corderos. A tres metros de nosotros los hombres se agachan y mean. No somos muy hábiles escogiendo sombras.
Un rato después estamos en el transbordador que cruza el río Senegal. Un senegalés me declara su amor. Pasamos un rato debatiendo sobre la credibilidad de un amor tan espontáneo y cuando nos queremos dar cuenta ya estamos del lado senegalés del río.
Tenemos que cambiar dinero. Una nube de cambiadores y guías nos rodea y tenemos que emplearnos duro en la técnica de la abstracción total. Nos abstraemos tanto que acabamos caminando solos hacia la estación de los taxis que van hasta Saint- Louis. Pero estar solos no es una empresa fácil. Se nos engancha un guía que nos lleva hasta la estación y nos negocia el precio (llevándose una comisión seguramente) Nos gustaría preguntar y obtener respuestas del tipo: "siga andando 500 metros y tuerza a la derecha". Pero los códigos cambian cuando la gente tiene mucho más tiempo que tú y mucho menos dinero. Así que aceptamos las cosas como son y nos embarcamos hacia Saint Louis.
La carretera está tan llena de agujeros que el taxista prefiere ir por los arecenes de tierra. Aquí y allá hay pueblos, mucha gente en las calles, el paisaje del Sahel con sus árboles lánguidos sobre la tierra rojiza.
Vamos sentados en la tercera fila del sept-places. Los hombres de alante llevan coronando sus cabezas tocados de todas las formas y colores. Llegados a Saint-Louis un compañero de viaje nos sugiere que nos bajemos si no queremos acabar a varios kilómetros del centro. Se lo agradecemos, nosotros íbamos tan pacíficamente mirando por la ventanilla, si nos descuidamos llegamos hasta Dakar.
Va anocheciendo. La calle está llena de gente que vende cosas. Esquivamos coches, carros, camiones, autobuses, compradores, vendedores, estudiantes y niños. Solo sabemos que tenemos que llegar a la Isla. Cruzamos el puente Faidharde, del otro lado nos surgen diversas ofertas de alojamiento. Acabamos en un hotel sin nombre. Barato. Nos gusta, como nos va gustando Saint Louis con sus calles paralelas llenas de gente. Y eso que aún no hemos visto nada. Sanu Kuti (hijo de Fela Kuti) toca esta noche. Nos lo comentan algunos chicos. Pero amanecimos en Nouakchott y el cuerpo no se presta.

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