miércoles, 4 de marzo de 2009

el hippy y el intrépido

El 22 por la mañana cogemos nuestras mochilas y acudimos a la cita con Cristophe para bajar a Mauritania. Desierto sin glamour entre Dakhla y la frontera. A ratos se ve el mar a la derecha, a ratos no se ve nada. Y aquí hasta las nubes parecen estáticas. El francés va despacito. Miguel se propone aligerar la situación ofreciéndose para conducir. Pero resulta que Cristophe tiene la firme determinación de llegar a Guinea Bissau a 85 km por hora para ahorrar gasolina. Nos hemos topado con un aventurero prudente y pesetero.
Paramos a comer en un restaurante cerca de la frontera, el único en kilómetros cuadrados. Y allí nos encontramos:
1. A un hombre que hacía el trayecto El Ayún Dakhla en nuestro autobús y con quien charlamos un poco. Ahora nos cuenta que es un médico de Rabat, le han destinado a hacer la especialidad en mitad del desierto (digamos que es una versión sureña de doctor en Alaska).
2. El mundo es simpáticamente diminuto. Llevábamos varios días intentando contactar con ellos y de repente Miguel ve llegar un camión en el que pone escrito en letras grandes: Afric-ANDO.
Así que nos encontramos en pleno desierto a los que nos mangaron el nombre del blog. Pero muy majos. Charlamos, comparamos un poco nuestras rutas, pero nuestros programas son tan vagos que es difícil saber si coincidiremos de nuevo. Tienen un proyecto lindo ellos. Llevan espectáculos y películas en una carpa que van montando en algunos pueblos (www.afric-ando.blogspot.com).
Arrancamos hacia la frontera. Es como una yinkana: me recuerda a mis tiempos de los boy-scouts. Del lado marroquí hay que visitar cuatro oficinas. Si no superas la prueba no puedes pasar a la siguiente. Hay gente variopinta jugando: moteros yankis, paisanos mauritanos, caravanistas franceses, y un hippy galo con una guitarra a la espalda.
Entre ambas fronteras hay una tierra de nadie. El intrépido Cristophe decide vender su remolque ahí mismo, en medio de una nube de buscavidas mauritanos. Organiza una apasionada subasta. A Miguel y a mí nos dice: no salgáis del coche. Y baja los seguros. Nos gustaría tener fotos de este momento pero el desconcierto pudo con nosotros. Ya sin remolque cruzamos una pista orillada de coches calcinados y basura.
Frontera Mauritana. La yinkana no ha acabado. En la cola de los coches, el hippy galo que ha conseguido pasar gracias un buen samaritano marroquí nos cuenta que ha decidido ir a Senegal en busca de la sinceridad, para el estupor del intrépido Cristophe que se lanza en una perorata un tanto racista sobre lo poco que son de fíar los senegaleses. Menudo dúo cómico. (El show continuará).
Ya con la policía mauritana, nuestro Cristophe se abraza con los agentes (ha vendido coches a la mitad de ellos) cierran futuros tratos in situ mientras comparten chascarrillos.
En coche llegamos hasta Bulenuar (transcripción fonética) dónde Cristophe conoce a un tipo que nos alojará. Se llama Alí y tiene una sala cuadrada con alfombras que llama hotel. Es un encanto. Con él y sus amigos tomamos un té (preparación laboriosa que comprende el vertido compulsivo de líquidos de un recipiente a otro hasta generar espuma). Hay un joven guía enamorado que no para de hablar por sus dos móviles con su novia de Nuadibú. Nos la pasa para que charlemos un rato con ella. Una conversasión apasionante en Hasania (el dialecto árabe de Mauritania que por supuesto no hablamos). El chico nos lleva a dar una vuelta por el pueblo: tiendas de alimentación y casas semienterradas por la arena. Conocemos a la mitad de los Bulenuarenses. Nos descalzamos, entramos en las casas, sonreímos, nos calzamos, salimos. Y así un par de horas.
A la vuelta el guía nos hace una arenga contra la emigración. Él está tan contento en Bulenuar. No es que no quiera emigrar, ni siquiera contempla la posibilidad de tomarse unas vacaciones fuera. A la mañana siguiente partimos a Nouakchott.

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