miércoles, 18 de marzo de 2009

Mercados, vias muertas y de repente un concierto

Pasaremos tres días en Saint Louis, así, sin darnos cuenta. Sin planificarlo.
El primer día, recorremos el continente. Sin rumbo fijo nos metemos despistadamente en las rutinas de la gente. Del otro lado del puente empieza el mercado. Es extraño cómo todo el mundo parece creer que venderá algo. Tal vez lo hagan, puede ser que cada cual haga una buena caja al fin de la jornada, pero desde luego no lo parece. Te pones a contar y no te salen las cuentas. Filas de pescado dispuestos sobre la tierra o en barreños de plástico. Mujeres que venden verduras. Hombres que comercian con todo tipo de cacharros. Se sientan sobre las vías de tren que antes unían Saint Louis con Dakar. A unos metros una estación deshabitada, quieta en el imposible de aquellas cosas que fueron y ya no son. Inutilizadas, las vías más allá del mercado han sido tomadas por las cabras y la basura. Avanzamos, nos metemos en las calles. Niñas y niños salen a esta hora del colegio con sus uniformes rosas y azules. Algunos parecen tan pequeños que uno se pregunta a qué edad escolarizan a los críos en este país. Se van jugando, corriendo, arrastrando grandes mochilas. Mujeres vestidas con Bou Bous y trajes de colores les esperan frente a sus casas. Hay adolescentes que juegan en futbolines directamente instalados sobre la tierra. Los chicos y las chicas se quedan a charlar a la salida del insituto. Cuando les pedimos la hora, nos miran desaprobatorios... qué clase de tubabs (blancos: si, en este pais yo soy reblanca) estáis hechos que no lleváis ni un reloj. Algunos adultos se acercan a contarnos historias tristes de jóvenes que murieron intentando llegar al país del que nosotros venimos tan tranquilamente. No tenemos más que ofrecerles que un vago sentimientode culpa que no sirve para nada.

Echamos las horas entre el primer Thiebuyen (arroz con pescado), el intercambio de bonjours y nanga defs, hasta que cruzamos el puente de vuelta a la isla. Ese es el territorio de los tubabs, con su calle de los hoteles y su calle de los restaurantes. Su ciber tan grande y sus cajeros automáticos bien dispuestos. Y sin embargo, también es el territorio de los artesanos, y los chavales con pinta de rastaman, y las señoras que charlan tranquilamente en las puertas de su casa, o los estudiantes que van a visitar las dos librerías. En la misma calle de los restaurantes uno puede cenar rodeado de expatriados a un precio casi europeo, como en el restaurante donde acabamos nosotros el primer día con mucho hambre y pocas ganas de pensar, o donde acabamos el segundo día, que era como el comedor de una casa abierta al público. Un sitio familiar, literalmente.Tan pronto te atiende el padre, como trae los platos el hijo, se presenta el abuelo con las bebidas. Y vuelve el padre, con un bebé en los brazos a traerte la cuenta. Allí comimos uno de los mejores Yassa Poisson (pescado, arroz, salsa de cacahuete con cebolla) de este viaje.

Oímos música fuera. La seguimos: éste se convertirá en el modo más habitual en el que acabemos en todos los saraos a partir de este momento. Acabamos en el Flamingo: ambiente ibicenco en el río Senegal. Gloriosas excentricidades de la globalización. Pero el grupo que toca está bien. El cantante es un showman que dice en francés las frases más provocadoras. Música tradicional transgresora. No todo iba a ser rock and roll. Durante un rato diserta sobre el sexo el alma el cuerpo, y el cruce entre las tres cosas. En otro momento de militancia provoca la enérgica protesta de alguno de los presentes cantando insistentemente: "el marabutismo es peor que el SIDA", tras tres semanas en Senegal entre dos de las más importantes fiestas religiosas, vamos entendiendo hasta donde llegó la transgresión del sujeto.

Pero al margen tiene una voz tan linda, y el chico que toca la guitarra y le hace los coros con los ojos cerrados, y el del djmebe que se emociona. Y luego hay canciones que todos conocen y las corean desde la barra, desde sus mesas, y toda esa gente que se va calentando, que interacciona con el grupo. Y los dos espontáneos que ya no aguantan más, y que se ganan el derecho al micrófono y que rebelan aún una voz más fuerte y más suave y más sublime que la del cantante cuya voz creías hasta hace tres minutos insuperable. Y alguno se anima a bailar. Ell río Senegal sigue su curso bajo los dos puentes abrazando la isla. Y en Saint Louis, una noche de miércoles cualquiera, delante de nuestras cervezas, no nos dan ganas de estar en ningún otro sitio.

2 comentarios:

  1. Me sigo emocionando cuando leo tus relatos, incorporas a mi adn tus celulas viajeras haciendome temblar desde el centro de mis ribosomas.

    Disfruta del maravilloso viaje. En Bissau intenta buscar a Iaia Kamara, es amigo mio de Madrid tal vez lo recuerdes. Si lo encuentras dale un gran beso de mi parte.

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  2. Dani!!!
    He visto que andas publicando fotos, como me alegro.
    Pues aqui ando por Mali ya, viajando de cartel de cerveza a cartel de cerveza, hacia toumbuctù, hace 40 grados de media y como todo el mundo sabe no hay que deshidratarse.
    A Bissau no fuimos, nos quedamos atascados en Casamance, que atasco glorioso.
    Un abrazo desde Djenné.

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