miércoles, 18 de marzo de 2009

Saint Louis- La peninsula

El día después salimos para la península (Langue de Barbarie). Cruzamos el puente al oeste de la isla. Una vez del otro lado cogemos la primera calle a la izquierda. Está llena. Los hombres se sientan a un lado. Las mujeres al otro. Van guapos, charlan entre ellos o entre ellas. Un tráfico contínuo de carretas tiradas por caballos nos hacen apartarnos del medio (por donde circulamos) a cada rato. Para los críos cualquier cosa puede ser un juguete, nos van dando clases de reciclaje y solo paran de vez en cuando para dedicarnos un bonjour y un ¡Toubab! ya protocolarios.

Dejamos todo este hervidero de gente atrás saliendo a la playa entre dos casas. Las cabras y las gaviotas se disputan la basura, sin violencia, hay deshechos para todas. Circulan entre los cayucos alineados sobre la arena. Las barcazas van pintadas de colores chillones, algunas tienen escritos lemas religiosos, algunos presentan nombres de familia. Nos echamos a andar hacia el Sur. No hay nadie en la playa. No se ve el fin. Salimos de la arena atravesando un cementario donde los nombres de los difuntos están escritos a rotulador, sobre trozos de cartón. Hay lápidas que anuncian muertes precoces. Te da por imaginar alegres cayucos que no volvieron del mar. Igual imaginamos demasiado. Cogemos otra carretera, al Sur. Buscamos la hydrobasse, evocador nombre de algo que no sabemos qué es pero que nos intriga. Hambrientos nos vamos cruzando con colegiales que vuelven de sus clases. Al final de la carretera encontramos el restaurante Chez Coumba, que es como un chiringuito de la playa tapizado de telas de colores, y tiene una dueña carnosa, con una sonrisa enorme y blanca de esas que se consiguen mascando los cortos palos que venden en los mercados.Y Coumba interrumpe su charla de sobremesa, con los amigos, para atendernos. Y va gestionando un banquete, como si nada, mientras que bromea, bebe el té, saluda a los vecinos que vienen de visita.
Volvemos por la playa, sin tener muy claro que es la hydrobasse, aunque vengamos de ella. La tarde va llegando a los pescadores con nosotros. Y una vez más no nos caben tantas imágenes en los ojos. Los cayucos van arribando cargados de peces. Todo Saint Louis parece estar en la playa. El Sol, al precipitarse en el atlántico crea una capa anaranjada sobre las cosas. Decenas de hombres remontan sobre la arena las embarcaciones. Las mujeres se aproximan, los cubos listos sobre las cabezas. Los adolescentes llevan carros tirados por caballos. El pescado es proyectado a palazos al interior de los carros. Hay niños que ayudan a sus padres a limpiar las redes verdes. Hay niños que juegan al fútbol con objetos vagamente esféricos. Las cabras se van comiendo lo que pillan.
Dejamos atrás el atarceder en el atlántico, volvemos a la isla con los ojos pesados, cargados de una playa anaranjada.

2 comentarios:

  1. Qué mágico debe ser Saint-Louis..!
    Me he quedado cegada por ese atardecer anaranjado que describes.
    Creo que entre línea y línea me he visto salpicada por el agua de los peces recién pescados..
    Esta mañana me he levantado escuchando y bailando rumba catalana. Te dedico un beso festivo rumbero.

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  2. Hola rumbera!! qué gusto encontrarte tan lirica. La verdad se echan un poco de menos las tardes de Saint Louis, ahora que llegamos a Mali y no bajamos de los 40 grados...
    Un abrazo de un ser ennegrecido por el polvo y el Sol.
    Sarah

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